Cuando un día abrí el armario de la limpieza y conté la cantidad de botes diferentes que tenía me di cuenta de que algo estaba fallando. Cómo es posible que necesitemos mil productos. Uno para fregar los platos, otro para el horno, otro más para el extractor, otro para los suelos… y así podría llenar líneas y líneas.
Si además te paras a leer los ingredientes y mirar al detalle cada uno de los símbolos de alerta que llevan impresos te asombras y asustas a partes iguales. Estamos tocando, oliendo y echando por el fregadero una cantidad enorme de tóxicos. Y todo ello sin ser del todo conscientes. Al menos hasta que te paras a pensar un poco en este tema.
Por eso, después de repasar todo lo que tenía empecé a buscar alternativas. Porque las hay. Es cierto que es más rápido ir al super y comprar el bote de turno pero tampoco cuesta mucho emplear un poquito más de tiempo y ayudarnos a nosotros mismos y a nuestro entorno.

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